Καὶ καπυρὸν γελάσας παραμείβεο
καὶ φίλον εἰπὼν
ῥῆμ’
ἐπ’ ἐμοί.
Sigue tu camino, tras una franca carcajada y una palabra amable para mí.
Nóside: AP 7.414
Todos
tenemos en algún momento de nuestras vidas que tomar una decisión que
probablemente cambie nuestra vida para siempre. ¿Cómo tomaré esta decisión?
¿Qué pesará más en esa balanza? ¿Cómo sabré si he tomado la decisión correcta?
¿Cuáles son mis prioridades? ¿Haré cualquier cosa para lograr mi meta? ¿Mi
decisión hará daño a otras personas? ¿El resultado final compensará todo lo que
puedo perder en el camino? Estas son las preguntas a las que nos enfrentamos,
las mismas quizás que se pudo plantear el mítico Aquiles.
Aquiles,
héroe aguerrido, valiente, virtuoso, capaz de desafiar el orden establecido,
consiguió la fama y la gloria imperecedera a cambio de su propia vida. Aquiles estuvo
marcado por un intrincado dilema: una vida larga, feliz, con mujer y
descendencia que lo amarían, pero sin gloria, pues sería recordado tan solo
durante tres generaciones o una vida breve, pero su fama sería imperecedera.
Parece clara cuál fue su decisión, pues no solo es el protagonista del primer
poema épico de la literatura occidental, sino que dio lugar a una tradición
literaria, que con altos y bajos, se ha mantenido hasta la actualidad.
Aquiles
era hijo de la diosa Tetis y del mortal Peleo, mítico argonauta y rey de los
mirmidones. Contra la naturaleza humana de su hijo intentó luchar Tetis por primera
vez cuando trató de hacer inmortal a Aquiles bañándolo en la laguna Estigia.
Sin embargo, el talón por el que Tetis sujetó al bebé, no fue tocado por el
agua, y por esa parte quedará para siempre vulnerable. Educado por el sabio
centauro Quirón en la virtud, la caza, la doma de caballos, la música y la
medicina, en el Pelión se iba fraguando el espíritu del héroe que llegaría a
ser.
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Jan de Bray, Achilles wśród córek Likomedesa, 1664. |
Se
desencadena la Guerra de Troya a la que el destino de Aquiles está ligado
inexorablemente. Es en este momento donde se revela la trascendencia de su
decisión, Aquiles conoce a través de su madre su trágico destino si participa
en la guerra: morirá, aunque su gloria será eterna (εὐκλεὴς θάνατος-muerte gloriosa). Tetis vuelve a evitar por todos los medios que su
hijo elija, que sea consciente de su mortalidad y de su individualidad. Tetis
recluye a Aquiles en la corte de Licomedes, rey de Esciros. Para ocultarlo, lo
traviste de mujer junto a las demás damas de la corte. Es en el gineceo real
donde el adolescente Aquiles, apodado entonces Pirra (la rubia), reflexiona
sobre su propia existencia, rodeado de
flores, vestido de mujer, dedicado a tejer y cardar lana, al tiempo que se
despierta su virilidad por la atracción que le suscita la joven princesa
Deidamía. Parece Aquiles presentir que su hado se cumplirá, que retrasar su
madurez no servirá de nada, que vivir en un idílico mundo atemporal no evitará
acercarse a la costa a las naves aqueas reclamando su presencia en combate, pues
si no fuera así ¿por qué consentiría permanecer recluido en tan excéntrico e
inapropiado lugar para un hombre llamado a ser el mejor héroe de todos los
tiempos?
El
adivino Calcante avisa a los griegos de que Troya no podrá tomarse si no
interviene Aquiles en la guerra. El astuto Odiseo averigua dónde se oculta
Aquiles y acude a la corte disfrazado de mercader. Ofrece a las mujeres de la
corte de Esciros sus mercancías, todas escogen joyas, telas, utensilios para
bordar. Pero Odiseo ha urdido otra de sus tretas, entre sus mercancías mezcló también
armas preciosas, se las muestra a “Pirra”, el joven Aquiles no tarda en
descubrirse y se lanza sobre las armas. El impulso bélico de Aquiles es
irrefrenable, las decisiones tienen tanto de instintivo como de reflexivo. Todos
caemos en la trampa: meditamos, vacilamos, reflexionamos, sopesamos… Sin
embargo, llegado el momento decisivo o seguimos nuestro propio instinto o
luchamos contra él.
Ahora
que Aquiles se ha descubierto, que sabe que el destino de los griegos depende
de su decisión, se enfrenta al gran dilema existencial: por una parte, a la
aceptación de su condición mortal; por otra, a esa elección ardua en la que
debemos decidir entre el individualismo o renunciar a nuestro bienestar para
ser útiles a nuestros conciudadanos. ¿Es justo abandonar a los seres queridos?
¿Debo sacrificar mi vida para salvar a otros? ¿Traiciono a mi familia si elijo
defender a la patria? ¿Quedará compensada mi muerte por la fama?
La
respuesta a estas preguntas se torna en una sombra impasible sobre la cóncava
nave rumbo a Troya, a la gloria y a la funesta muerte. Aquiles ha tomado una
determinación, la gloria (κλέος) es para el guerrero valeroso la
consecución de la virtud (ἀρετή), solo reservada a aquel que entrega
su vida en el combate, que lucha con coraje y se convierte en ejemplo de
gallardía para reyes y súbditos. Como si se tratase de un ritual iniciático, la
muerte del joven guerrero en combate (καλὸς θάνατος)
es propiedad exclusiva de una élite bélica, los mejores/los jefes (ἄριστοι), y confiere al guerrero el
apelativo de hombre excelente (καλὸς κἀγαθός). En la
Antigüedad la individualidad se conformaba en relación al otro, a la opinión
pública, que se materializaba en la épica como medio más apropiado para exaltar
al héroe y sobrevivir a la muerte, de alcanzar la fama eterna. La misma
relación estructural permanece en el individuo actual que, con su “yo”
interiorizado e inalienable, solo “es” en relación a los demás y solo consigue
trascender la vida ultraterrena adquiriendo la fama que le otorgan los medios,
la literatura o la historia.
En este camino hacia la gloria, el héroe duda, siente la
angustia existencial y la trascendencia de su propia decisión:
Y puesto que
ya no deseo guerrear contra el divino Héctor, mañana, después de ofrecer
sacrificios a Zeus y a los demás dioses, echaré al mar los cargados bajeles […]
y si el glorioso Agitador de la tierra me concede una navegación feliz, al
tercer día llegará a la fértil Ptía. En ella dejé muchas cosas cuando en mala
hora vine…
[…] Mi madre,
la diosa Tetis, de argentados pies, dice que las parcas pueden llevarme al fin
de la muerte de una de estas dos maneras: Si me quedo aquí a combatir en torno
a la ciudad troyana, no volveré a la patria, pero mi gloria será inmortal; si
regreso, perderé la ínclita fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no me
sorprenderá tan pronto. Yo os aconsejo que os embarquéis y volváis a vuestros
hogares, porque ya no conseguiréis arruinar la excelsa Ilión.
[Ilíada, Canto IX]
Zeus no les
cumple a los hombres todos sus deseos; y el hado ha dispuesto que nuestra
sangre enrojezca una misma tierra, aquí en Troya; porque ya no me recibirán en
su palacio ni el anciano caballero Peleo, ni Tetis, mi madre; sino que esta
tierra me contendrá en su seno.
[Ilíada, Canto XVIII]
¡Janto! ¿Por
qué me vaticinas la muerte? Ninguna necesidad tienes de hacerlo. Ya sé que mi
destino es perecer aquí, lejos de mi padre y de mi madre.
[Ilíada, Canto XIX]
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Donato Creti, Achilles Dragging the Body of Hector around the Walls of Troy, 1671-1749 |
¿Por qué Aquiles tomó esta decisión? Porque Aquiles elige su
mortalidad, su vida es el precio que
tiene que pagar para llegar a su individualidad, para trascender y ser digno de
recibir el honor de ser “el mejor de los aqueos”. ¿Fue una decisión
correcta? Probablemente sí, pero en el camino no solo se dejó la vida, sino
también el corazón. Así lo reconoce Héctor, a los pies del magnánimo héroe
mientras le suplica piedad y que su cadáver no sea alimento para los perros,
sino que sea entregado a su familia para recibir las debidas honras fúnebres,
en su últimas palabras entrecortadas por su respiración estertórea:
Bien te
conozco, y no era posible que te persuadiese, porque tienes en el pecho un
corazón de hierro.
[Ilíada,
Canto XXII]
En nuestra sociedad posmoderna nosotros también debemos recorrer
ese camino entre el gineceo y Troya, sabiendo que ese camino, que conduce a la
gloria, estará sembrado de renuncias, incertidumbres, contradicciones y dudas a
las que ni siquiera el más excelso de los héroes, Aquiles, pudo esquivar.
Debemos igualmente ser conscientes de que el fin último del éxito reside en la
ejemplaridad, pues en la actual sociedad de la comunicación la fama se ha
convertido en un concepto poliédrico y desvirtuado, alejado en muchas ocasiones
de la ilustre noción de κλέος que persiguió hasta la muerte
el mítico Aquiles.
Tu enim quam celebritatem
sermonis hominum aut quam expetendam consequi gloriam potest?
Pues, ¿qué fama o qué gloria digna de deseo puedes conseguir de las
palabras de los hombres?
Cicerón: De Re Publica, 6.20
Gracias!
ResponderEliminarBuena entrada
ResponderEliminarme gusto es interesante
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